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A propósito del Día Internacional de la Mujer, que se conmemora el 8 de marzo, Isabel Quintairos, miembro del Comité en Primera Persona de Saúde Mental FEAFES Galicia, intervino en la jornada «Mujeres con discapacidad ante la violencia. ¿Estamos protegidas?» organizada por Cermi Galicia. A través de su articipación, Isabel abordó la violencia hacia las mujeres desde la perspectiva de la salud mental; he aquí su intervención:
Voy a tomar prestada una historia.

Lía es la pequeña de la casa. Tímida, callada, lee desde los tres años y es feliz con un libro debajo de una mesa. Es obediente y hace recados para toda la familia; sube y baja diez veces al día los 74 escalones hasta la calle. «Me olvidé de coger huevos», «vete a comprarme tabaco», «¿me subes el periódico?» Hasta que empieza a remolonear y todo el mundo se alarma. La razón es simple. Se puede subir en ascensor antes de cumplir 14 años si un adulto te acompaña. Y el portero, siempre amable, se ofrece muy a menudo. Pero también muy a menudo le levanta la falda a Lía.

Cuando ya no puede ocultarlo más y lo cuenta, su padre se pone como un basilisco, baja a la portería y el asunto se acaba. El portero y su mujer le explican que no pueden tener hijos y que a él le gustan mucho los niños y les hace cosquillas. Punto. Pero todo el mundo está enfadado. Por alguna razón, contarlo ha sido mala idea. Las personas que deberían cuidarla no le explican nada, no la tranquilizan y ella se siente muy mal. Lía tiene cinco años.

A los once, ya tiene dos sobrinos. Apenas recuerda vivir con su hermana mayor, que se casó hace un montón. Un día, su cuñado la llama para que le ayude a hacer un recado. Un recado raro porque la hace subir al coche y se para a unos metros de casa, en un sitio oscuro. Lía no entiende nada de lo que le dice, sólo «me gustas mucho». Sale disparada y sube a la carrera los 74 escalones y ya no recuerda más hasta estar en su cama, con su madre al lado y con los nervios de punta. Y en la habitación entra su hermana, hecha una furia, gritándole «histérica, no te tocó, no te hizo nada». Sus hijos tienen cuatro y cinco años menos que Lía. Jamás se vuelve a hablar del asunto. De nuevo, contarlo es mala idea, nadie le explica nada, parece que es culpa suya. Con su hermana mayor apenas vuelve a hablar y sólo de nimiedades.

Todo se entierra en lo más profundo de la memoria y sólo vuelve a recordarlo muchos años después. Más de treinta. Quién sabe por qué. Y cómo va a contarlo ahora. Porque pueden ocurrir dos cosas.

Que la crean, y haga daño a personas a las que quiere mucho. A sus sobrinos; a sus otros hermanos; a sus padres… ¿vale la pena?

O que no la crean, que es lo más habitual, y se pregunten por qué se inventa esa historia horrible, por qué quiere hacer daño; qué le está fallando en la cabeza para ser tan mala; que la califiquen de enferma, porque eso no se hace; es pura maldad.

Y si la conclusión es que Lía está mal de la cabeza, no es digna de crédito. Hay que llevarla a algún médico, a que la traten, la mediquen, hay que hacer algo, así no se puede estar, a lo mejor hasta es peligrosa, mira qué cosas hace. 

La historia de Lía es la de miles de mujeres, muy suavizada, muy ligera, sin violencia física, sin años de maltrato ni violación, sin haber sido forzada cientos de veces, sin haber sido encerrada por negarse, por protestar, sin haber sido separada de sus hijos, sin haber sido atada a una camilla, sin haber sido obligada a abortar, sin haber sido esterilizada contra su voluntad. Sólo a partir del criterio de un profesional del ámbito psiquiátrico.

No conozco a ninguna mujer que tenga problemas de salud mental que no haya padecido violencia en alguna de sus formas, pero en la mayoría de los casos, esa violencia es física, sexual y ocurre en su propio hogar. Dura por lo general muchos años, hasta que los hijos son mayores. Casi siempre la violencia empieza en la niñez y dura hasta una edad madura o incluso avanzada. Las mujeres que han logrado salir de ella y contarlo, casi siempre han contado con el apoyo de asociaciones o grupos de mujeres. 

Existen muy pocos datos sobre la realidad de la violencia ejercida sobre mujeres con problemas de salud mental; o no se atreven a contarlo, o no tienen posibilidad o simplemente no son creídas. 

Una de las pocas fuentes es la Confederación Salud Mental España, que elabora un informe anual. En el de 2018, indica que según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el maltrato es un factor precipitante, considerado la causa del 25 por ciento de los intentos de suicidio de las mujeres. A pesar de ello, esta relación entre violencia de género y problemas de Salud Mental, que afecta no sólo a mujeres, sino también a sus hijos, continúa invisibilizada e ignorada en el ámbito de la Salud Pública. La OMS considera la violencia contra la mujer como la principal causa de problemas de salud mental.

¿Y qué pasa cuando acuden a la sanidad pública?

Resumo las conclusiones de un estudio realizado en 2010 por siete especialistas de varios hospitales catalanes y baleares, porque, como decía, no hay casi nada investigado ni publicado en este campo:

  • Un porcentaje importante de las mujeres atendidas por episodios de violencia de género con resultado de lesiones y/o necesidad de atención médica y/o social emergente y/o urgente en nuestro hospital recibían o habían recibido en algún momento atención psiquiátrica o psicológica especializada en nuestras consultas por otros motivos. 
  • Se detectó una alta presencia de mujeres inmigrantes respecto del total de mujeres que sufrían violencia de género, pero un seguimiento posterior relativamente bajo en nuestras consultas. 
  • La gran mayoría de las mujeres abandonaron el seguimiento en las consultas de salud mental. 
  • Entre los diferentes diagnósticos, llama la atención el riesgo de conductas adictivas, con una alta tasa de abuso o dependencia de alcohol, benzodiacepinas y/u otras drogas, así como una alta tasa de antecedentes de intentos de suicidio.

«Aunque la prevalencia de enfermedad psiquiátrica y/o psicológica es muy alta en este grupo de mujeres que han sufrido violencia de género grave, esta realidad en muchos casos no es conocida por el profesional que la atiende ni está documentada ni, aparentemente, recibe un abordaje específico. Este dato tiene implicaciones prácticas a la hora de tratar a estas mujeres. Las altas tasas de abandono del seguimiento dan idea de las dificultades de abordaje de estos casos dentro de los dispositivos de salud mental en nuestro medio».

Volvemos al informe de la Confederación Salud Mental España: «A pesar de los pocos datos existentes, podemos señalar que las mujeres con un diagnóstico de trastorno mental grave tienen mayor probabilidad de padecer violencia de género en comparación con las mujeres sin diagnóstico. El trastorno mental lleva implícito un estigma de poca credibilidad que invalida cualquier discurso posterior, incluso se justifica en algunos casos la actitud del maltratador. Esta es una de las causas principales por las que estas mujeres no se atreven a manifestar su situación de maltrato».

Otra situación de violencia difícil de concebir es la pérdida de la custodia de los hijos a causa del inexistente Síndrome de Alienación Parental, que pueden considerar los jueces para decidir retirar la tutela a las madres. No hay evidencias de ningún tipo sobre tal Síndrome, ni lo reconoce ninguna institución médica, pero figura en los manuales de psicología, igual que figura la transexualidad. 

Este supuesto síndrome, que invocan los padres, normalmente denunciados por malos tratos y en muchos casos abusadores sexuales, provoca trastornos mentales o los agrava en las mujeres a quienes se arranca literalmente a sus hijos, se les impide verlos o comunicarse con ellos, o se les permiten visitas vigiladas de un par de horas. Los datos proceden de unas jornadas multidisciplinares celebradas recientemente en Igorre (Vizcaya), y de la Plataforma Luna contra el SAP, fundada por una enfermera especialista en psiquiatría que se topó con esta agresión en 2003. 

Los expertos lo consideran una tortura y verdadero terrorismo. A las mujeres no se les concede crédito, y sus problemas de salud mental se agravan por la amenaza de no volver a ver a sus hijos, de modo que muchas ya no denuncian lo que les pasa; pero tampoco se cree a sus hijos, a los que se alecciona para que no cuenten lo que ven o no verán más a sus madres. 

Termino con el grito de una usuaria de la salud pública que nos deja varias preguntas terribles y una solución desesperada para que la atiendan en condiciones. 

Blanca tiene 19 años y depresión grave. En los últimos 5 años la han visto 15 psiquiatras, que le dedican una media de 10 minutos, le recetan medicación y la citan para dentro de cuatro meses, cuando le tocará un especialista distinto. Y se ha dirigido a la sección de consulta de un periódico para plantear esto:

«Tengo una pregunta que realmente no sé si favorecería o no al sistema. Como ya he dicho, mi opinión es que 10 minutos cada 4 meses no son útiles, creo que al final la gente abandona la terapia y sigue con los fármacos solo. ¿Hasta qué punto sería malo reducir a la gente a la que se trata, pero dedicarle algo más de tiempo? Pienso que de alguna forma podrías ir dando gente de alta por mejoría, ahora la gente no creo que mejore porque los mantienes siempre hasta que dejan de venir».

¿Se puede dar de alta por mejoría? No, porque no la hay.
Entonces, ¿por qué dejan la terapia algunos pacientes? Porque se cansan y es más fácil tomar pastillas que esperar cuatro meses para nada.
¿Hay más tiempo para los que quedan? No, porque hay muchísimas personas esperando tratamiento.
¿Algo va a cambiar para Blanca? No, porque mientras haya pacientes, las pautas van a ser las mismas.

Y la sanidad pública funciona así.